"La dificultad no debe ser un motivo para desistir sino un estímulo para continuar"

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Primavera

PRIMAVERA OTRA VEZ Ya eran las 17. El reloj pulsera hizo sonar su alarma de gallo molesto. Sonia tanteó con dificultad y manoteando logró tomar el pequeño relojito verificando la hora. _¿Las cinco de la tarde? ¡Es tardísimo! ¡Hay Dios! ¡¿Qué voy a hacer ahora?! - La mujer se incorporó con un repentino salto de la cama. Se quejaba en voz alta sobre la tardanza en la que iba a incurrir debido a la equivocación al poner la alarma del despertador. Debía estar a las 17 horas en una cita de trabajo que había señalado para ese día en los clasificados del diario. Con sus 50 años… era viuda y vivía con una hija soltera en un pequeño apartamento en el centro pueblerino de Godoy Cruz. Además tenía otros dos hijos varones casados, a los que veía en forma irregular debido a la relación tórpida que mantenía con sus nueras. Trabajaba cuidando algunos enfermos de noche. La situación laboral y económica que mantenía, la habían cansado. El no dormir ya la mortificaba y agobiaba mucho. Se sentía intolerante. Buscaba, aprovechando sus conocimientos contables, también algo de marketing e informática, algún trabajo administrativo. Corría por el departamento con intensa actividad improductiva. Mientras mas quería apurarse, más demoraba. Se dio un baño, sacó del planchador la ropa que había repasado, peinó como pudo los cabellos… _¡Qué horrible tengo los pelos! ¡Lacios, pajizos, florecidos, desteñidos! ¡Estoy llena de canas otra vez! Pero… ¿cuánto hace que me teñí? Se calzó sus zapatos de tacones altos que le estilizaban algo más su figura, según el diálogo que mantenía con el espejo. Tomó su cartera de lazo largo y pequeña junto a la carpeta de antecedentes, que también contenía el recorte del diario con la dirección marcada, y salió con toda la velocidad que sus piernas, y el equilibrio forzado, le permitían. La tarde estaba fresca. El aire perfumado olía a primavera. Los árboles Paraísos, que bordeaban las calzadas, estaban todos cubiertos de tonalidades lilas en plena explosión florida. Ya eran pasadas las 18, y cuando llegó a la dirección repasada en el recorte, le llamó la atención la larga fila que bajaba por una escalera hasta la calle, cubriendo la vereda, llegando inclusive a la esquina. Se acercó al que aparentaba ser el último y le preguntó: _Disculpe don… ¿Este es el lugar donde piden personal para la mesa de entrada? _Sí… Ya hace dos horas que estoy parado en el mismo lugar. No sé si van a alcanzar a entrevistarnos a todos. _¿Cuántos son los que entrevistan? _No sé… creo que dos… ¿por? _No, nada… digo… no sé cuántos seremos los presentes aquí… El individuo la miró con desdén y emitió un bostezo con gesto algo despreciativo. Transcurrieron dos horas, y Sonia estaba ya a medio metro del dintel de la puerta de entrada del edificio. Comenzaba a anochecer. El aire se había puesto más fresco. En cuanto a la gente que, aparentemente, salía ya entrevistada, a ella le parecieron no tener buen aspecto, algunos mal vestidos, otros con el rostro de angustia, la mirada perdida. El cansancio se hacía sentir en los pies de Sonia. Las callosidades plantares le daban punzadas. Tenía hambre y ganas de tomar algo caliente. Detrás había una chica trigueña regularmente vestida, que intentaba darle conversación. _¿Faltará mucho para nosotras?... Dicen que no toman a cualquiera. _¿Y a quién llama usted cualquiera? Profirió Sonia, sintiéndose algo molesta. _E… e… es decir… no toman a personas mayores. - Le contestó balbuceando la muchacha. _El artículo no pedía límite de edad, - dijo Sonia en forma más enérgica - al menos eso fue lo que me pareció. _Popoor supuesto, pero prefieren a los más jóvenes… ya sabe, por los aportes previsionales. ¿Usted… tiene los suficientes? Sonia por un momento llegó a dudar si esa mujer no había sido enviada por la misma empresa de colocaciones… Se sentía discriminada. El tiempo continuaba pasando y recién estaba enfrente a un gran cantero que se encontraba junto a un sillón en paralelo con la puerta de entrada. La larga fila estaba compuesta por mujeres y hombres de diferentes edades y de condiciones socioeconómicas muy variadas. Tomó conciencia en la gran necesidad laboral que tenían los demás y que su persona no era más que el producto de una situación vulgar, algo que le ocurría a miles como ella… Captó así, que era una más del montón. La espera prolongada acentuaba la sensación de estar perturbada, sobre todo después del comentario de la mujer, que permanecía detrás. De pronto se sintió como una vieja inútil. Recordaba y le resonaban las palabras del psicólogo del Centro de Salud, quien se esforzaba por aumentar su autoestima… El hambre ahora, había desaparecido completamente. En esos instantes se sintió presa repentinamente por un pánico cuyo invadir le provocaba palpitaciones y sensaciones angustiosas de asfixia. Los pies dolían como nunca, la carpeta con los antecedentes se le resbalaba de las manos transpiradas. Comenzó a sentirse mal, como si le bajara la presión, y… no lo dudó más. Ya era de noche cuando descendía las escaleras y llegaba a la vereda iluminada por reflectores oportunos del edificio moderno del centro. Caminó rápidamente pero con torpeza por el dolor punzante que le ocasionaba cada pisada que la trasladaba, mientras se esforzaba por no vomitar controlando las náuseas que se agolpaban en su garganta. El perfume del aire era intenso y Sonia se sentía embriagada con el aroma dulzón reinante… ¡Fue todo tan rápido! Cuando logró salir del aturdimiento ya había dos personas a su lado tratando de levantarla. Se incorporó con mucha dificultad. Trató de pararse apoyándose en los brazos de una señora amable que se ofrecía. No comprendía la asimetría de sus piernas, la contrariedad para mantenerse erguida, hasta que vislumbró uno de sus zapatos en manos de un hombre que procuraba destrabarlos de entre las rejas de la alcantarilla. La cartera estaba a tres metros aproximadamente. Alguien le pasó la carpeta del currículum. _Las flores del paraíso… ¡qué porquería! - Alguien dijo. Comprendió que el piso estaba sembrado de florecillas de paraíso que caían con cada brisa desde los altos árboles que alineaban la calzada. Ahora percibía que le dolían hasta los pelos. Agradeció amablemente pero un poco tímida y aturdida por lo sucedido. Sentía el rostro ruborizado, y un sudor caliente en todo su cuerpo. Pidió un taxi a un señor que miraba el espectáculo. Éste se reclinó atentamente y se lo consiguió de inmediato. Enseguida estaba rumbo a su departamento, mientras sentía los latidos de su corazón palpitar fuertemente en su pecho y uno de sus tobillos punzaba en forma pulsátil. Eran las 21. Estaba recostada frente al televisor… aunque sus ojos de mirada algo errática trataban de enfocar, sobre la mesita ratona, una tacita con té caliente. _Me estimo que se te está hinchando, mamá. _Sí. Parece que me hice un esguince el tobillo... ¡Fue todo un aterrizaje, hija!. _Te voy a hacer unas compresas con manzanilla… ¿querés?¿Te tomaste ya el antiinflamatorio? _No, no… todavía no he tomado nada, pero… bueno, Marisa… ¡Quisiera morirme!… mirá. _¡Uh!, no es para tanto. Le voy a llamar a la señora Mádison para decirle que no vas a ir esta noche a cuidar a su madre. ¿Te parece? _Y… ¿quién me va a reemplazar? Tendrás que ir vos. _¡Ah!... lo siento, mamá. Esta noche tengo un compromiso ineludible. _¡Seguro!... ¡Ineludible! Salir con algún tipo. ¡Esos son tus compromisos! _Está bien mamá. Ya no quiero discutir más con vos. Siempre terminamos mal. ¡Todo te molesta… es mi vida la que te molesta!... ¡En realidad, es mi juventud la que te molesta! ¿No? Yo no tengo la culpa de tus fracasos. ¡Dejame en paz! Retumbó en todo el departamento el portazo violento. El gesto despectivo y las acusaciones que le parecían injustas de su hija, fueron los detonantes de una crisis de llanto espasmódico que le ahogaba con una sensación de opresión profunda en su garganta. Todas las vivencias amargas que había sufrido durante el transcurso de su existir, se le hicieron conscientes al mismo tiempo, en un presente instantáneo y correlativo en forma lineal. Bramaba con sollozos fuertemente audibles, sus desesperaciones. Corrían sus lágrimas invadiendo su rostro mezclando el rimel, con la mucosidad, y tenía la mirada turbia por la inundación de sus ojos. Retorcida en el sillón, sufría los dolores corporales de sus golpes recientes por la caída y en medio de sus sacudidas en plena crisis neurótica, giró su mirada hacia el televisor. Las imágenes del noticiero se fueron transformando. Su vida estaba en pleno expuesta delante de ella… Vio en perfectas imágenes televisivas, la muerte de sus padres por sus enfermedades, los golpes y maltratos verbales de su marido, el fallecimiento del mismo, el casamiento de sus hijos varones, las discusiones con sus nueras, el alejamiento de sus hijos, las controversias con su hija rebelde, y los aparentes graves problemas económicos… Cuando todo hubo terminado, cubrió la pantalla una hermosa flor. La imagen de una rosa blanca con jaspeados de suave tonalidades rosadas, sobre un fondo verde intenso, iluminaba el sector en derredor. Se encontró a sí misma recostada en su asiento relajada por completo. Ya no tenía ganas de llorar más. Además en esos momentos pensó que ya no lo haría nunca más. El alivio surgía desde su interior. Sentía como si un aceite balsámico hubiera cubierto su alma doliente. Quedó observando la bellísima flor que parecía cimbrarse con la brisa, desde su planta dentro de la pantalla. Limpió su rostro con pañuelos de papel mientras descubría su taza de té y lo bebió lentamente aunque ya estaba tibio. Se encontraba totalmente relajada. No le parecía extraño lo sucedido. No tenía deseos de preguntarse qué significaba eso. Tampoco quería cuestionarse cómo podía una pantalla de televisión saber sobre su vida. Tomó el teléfono que estaba en la mesita junto a la tacita… _¡Hola señora Madison!, buenas noches _Sí, hola Sonia. ¿Qué le sucede? _No voy a poder ir esta vez. He sufrido un accidente. Nada grave, pero me voy a quedar a descansar en casa esta noche, ¿sabe? _Está bien Sonia. Por esta oportunidad me quedo yo cuidando a mi madre… Pero… ¿se ha usted lastimado? _Solo creo que me esguincé un tobillo, me caí en la vereda en el centro… _¡Por Dios! Bueno… Que se mejore y recupere pronto. Hasta luego. Espero mañana su llamada. No le sorprendió la buena reacción de su patrona. Todo lo daba ahora por sobreentendido. Se levantó del sillón ágilmente y ya no le dolía absolutamente nada. Colocó un disco compacto de música melódica. Se preparó un café, mientras la imagen de la rosa continuaba más hermosa que nunca en su pantalla de televisión inalterable. Buscó en su agenda, no la habría desde hacía varios años. Encontró un nombre… Alberto. ¿¡Cuántos años hacía que no lo veía!? _Hola… ¿Alberto? _Sí, ¿quién habla? _No sé si me recuerdas, Sonia… _¡Sonia!... ¡Qué sorpresa, qué alegría! Alberto estaba esa noche pensando casualmente en ella. Había enviudado hacía más de cinco años. Tenía un hijo que vivía en Estados Unidos, y se sentía completamente solo. Desilusionado de las mujeres, porque creía a todas superficiales y carentes de ternura, consideraba a ninguna como el recuerdo que albergaba de Sonia. Ni siquiera su difunta esposa había reunido las condiciones que le gustaban de una mujer. Sonia las tenía. El sol estaba ahora mas tibio. Las sensaciones internas eran totalmente diferentes. Las caricias, los besos suaves, el despertar de lo dormido. El perfume de las fresias provenientes de los jardines vecinos impregnaba los espacios saturando la exquisita brisa. Juntos caminaban riendo los recuerdos. El trabajo, cualquiera… ¿que importaba? igual nunca le alcanzaba el dinero en este mundo, demandante de falsas necesidades… Ya no era lo importante. Los problemas ya no le pesaban, porque Sonia sentía la paciencia y serenidad necesarias, para la aceptación de aquello que no podía cambiar. Además, percibía fuerzas para enfrentar aquello que sí le era posible modificar. La sensación plena del amor, que sentía discurrir por sus venas, le otorgaba la sabiduría para el discernimiento sobre estas diferencias. La crisis vivida, le habían otorgado la percepción de haberse generado en ella, un traspaso hacia la madurez afectiva. Sus hijos eran grandes… sabrían lo que hacían y si no… aprenderían. Las aparentes necesidades, ya no eran lo primordial. Dios proveería. Siempre había provisto… como a este amor… en la renovada primavera de la vida. ©2007 ©Renée Escape- 2007 -

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